Si Providencia es de uno esos lugares vírgenes, tranquilos y poco concurridos, por cierto que Santa Catalina, la pequeña isla que se conecta a su hermana por el Puente de los Enamorados, se lleva la palma. Aquí, de ninguna manera el hombre ha transformado sus preciosos ecosistemas, como si ocurre en muchos otros lugares del Caribe por cuenta del turismo masivo. Y esto se debe en gran medida a su ubicación remota y su inexistente infraestructura hotelera que la convierten en lugar ideal para aquellos que requieren de privacidad y mucho silencio.
En esa línea, introducimos a conocimiento del buen lector la siempre fantástica y poco conocida playa Fort Bay. Un remanso de absoluta tranquilidad
Empecemos por decir que llegar a Fort Bay, desde Providencia, es cosa de niños. Partiendo desde el pequeño foco urbano de Santa Isabel, solo basta con sumar unos cuantos pasos a través del precioso puente de madera para encontrarse con otro paraíso: una playa teñida de colores naturales y alegres donde el oleaje tranquilo de un mar de belleza irrepetible convida a pasar un maravilloso día.
Playa Fort Bay, por su ubicación recóndita, parece de esos lugares imaginado como recurso geográfico de una fantástica historia, lo mencionamos sin ánimo de generar confusión —si por el contrario es sencillo llegar allí caminando por senderos delimitados—, es solo que las espesas frondas tropicales la resguardan como a una joya codiciada. Una vez se alcance la arena que moja ese rumoroso mar, cualquiera quiere sacarse la ropa y buscar ésas delicadas aguas. De inmediato el careteo se ilumina en la pizarra de las buenas ideas.
Pero otra gran bondad de Fort Bay recae en su cercanía; pese a que debes llevar agua embotellada, te ahorras un buen dinero al no tener que contratar guía turístico. Lo que puedes hacer aquí, siempre que lo hagas con absoluta responsabilidad, lo puedes hacer por ti mismo. Y para revalidar lo anteriormente dicho, basta con hacer un poco de turismo que mezcle historia colonial, senderismo, careteo y mucha capacidad de asombro. Sí, todo lo anterior en un solo plan.
Desempolvemos entonces algunas páginas del libro de historia para cumplir con este cometido. Fort Bay, como muchas otras sorpresas, resguarda un legado bucanero; parece sacado de la imaginación de un libretista de Hollywood, pero la realidad supera a la ficción, y esa verdad nos dice que por estos lares se libraron épicas batallas. Los viejos cañones emplazados, esos mismos que ahora parecen herrumbrosos y obsoletos, alguna vez brillaron amenazantes y estallaron en defensa de los intereses del célebre corsario. Asimismo, para aderezar de misterio este guion épico, se cierne sobre el paraíso una leyenda: se dice que existe una cueva submarina que está repleta de los tesoros de Morgan; presumen los folcloristas que dicha cueva se encuentra justo debajo de la enigmática roca que, vista de perfil, asemeja una cabeza humana. No lo sabemos a ciencia cierta, pero vamos a comprobarlo; vale la pena atravesar el sendero del Pirata Morgan que nos lleva hasta el respaldo de ese capricho rocoso (la panorámica vale un potosí) o ejecutar una inmersión bien sea para caretear o bucear bajo ese increíble reino submarino. Puede que no encontremos arcones repletos de doblones españoles, pero sí hallaremos un tesoro de inconmensurable vida marina… Aunque nunca se sabe.