Parece la playa de los primeros tiempos…, el mundo no la ha tocado con sus afanes; allí no hay edificios, no hay molestos ruidos urbanos, las grandes aglomeraciones de turistas brillan por su ausencia. A placer, Playa Manzanillo es una increíble versión del paraíso virgen…, no hay que imaginarse el resto, es cuestión de vivirlo.
Pero si te escuece la curiosidad, aquí te va una breve descripción de este idilio. Dos veteados adornan el manto de sus aguas: azul turquesa y luego un azul más oscuro, no hay que tener ojo de artista para contemplarlo, salta a la vista este peculiar fenómeno cromático incluso desde la costa, ésa misma que se encuentra recubierta de una arena fina y delicada, teñida con un blanco inmaculado.
Y es su playa, con más de 300 metros, acompañada de las musicales olas que se estrellan gradualmente, la que se lleva gran parte de los elogios. Y claro, no hay que olvidarnos de otro detalle relevante… Aquí el cielo ya es otra cosa: un infinito lienzo azul que rivaliza en intensidad con el mar Caribe. Por su parte, los altivos cocoteros presiden un telón que conecta la vista con muchos ejemplares del bosque seco tropical; todo un relajo estar a su sombra.
Tal vez por todo esto se considera a Playa Manzanillo, en importancia, como la segunda playa de la isla de Providencia. A esta joya caribeña puedes ubicarla en la zona más austral de la isla (en el suroriente, para ser más precisos), siguiendo por la carretera circunvalar. No tiene pierde dar con su ubicación, puedes llegar en una scooter, o en bicicleta… por si las dudas, no temas en preguntar a un amable isleño, eso sí, no te confundas si los locales la llaman cariñosamente Manchaneel Bay, este puede considerarse su nombre original, Playa Manzanillo traduce casi lo mismo en español.
Y si lo que deseas es conocer un poco más de la tradición y la cultura de Providencia, en lo de Roland tendrás una oportunidad inestimable para tal tarea. Conocido entre sus vecinos y amigos con el cariñoso apelativo de “Boxer”, Roland Bryan posee un pequeño negocio donde ofrece buena comida de mar y sus aclamados cocteles que rivalizan con su proverbial amabilidad y alegría.
Al día siguiente, un domingo o feriado puede ser, los residentes y los contados turistas se asoman por este lugar, una vez más, en búsqueda de relax y deleite. ¿Será por las hamacas, el vóley en la arena dorada, los juegos de dominó, las fogatas, los eventos deportivos como las singulares carreras de caballo sobre la playa…? Quién sabe.
Entonces, entusiasmados como ya están por la diversión de la tarde y los cocteles bebidos, cuando se acerca el final del día, los pocos visitantes y algunos isleños se reúnen al amor de una fogata para buscar más relajamiento en torno al baile y la contemplación del majestuoso firmamento; ritmos caribeños y africanos dominan la noche salpicada de estrellas. Con instrumentos inesperados, en las manos más hábiles, los raizales ofrecen un espectáculo singular: una quijada de burro, o un balde de plástico marcan los compases. Así transcurre una noche en una playa inolvidable.