Quién no jugó a los piratas de niño, quién no fantaseó con las imágenes que nos dejó la maravillosa historia de La isla del tesoro o esas otras legadas por grandes producciones de Hollywood como Piratas del Caribe. Por fortuna, para todos estos soñadores, una aventura pirata, real, aguarda para que la imaginación vuele una vez más.
¿Y dónde queda este lugar que reavivará nuestras fantasías? Pues, como no puede ser de otra manera, en un escenario donde antaño los galeones surcaron las aguas, los cañones rasgaron el silencio del Caribe con sus estampidos y piratas españoles, ingleses y holandeses sostuvieron un auténtico pulso por el dominio de un paraíso… Así es, en la seductora Santa Catalina, la pequeña hermana de Providencia, se escriben las líneas de esta historia pirata. Allí encontraremos la Cabeza de Morgan.
Pero antes de embarcar hacia el lugar, demos un breve repaso histórico para que reconozcamos al protagonista de esta aventura bucanera. En el siglo XVII el pirata Henry Morgan ―al que algunos le adjudican la nacionalidad inglesa, pero más bien es galesa, de suerte que dejémoslo en empate― en compañía de sus secuaces asoló toda embarcación que surcará el Caribe. Hizo del archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina su refugio personal. Así que no es atípica toda leyenda que se forja en torno a su figura y los más emblemáticos lugares del archipiélago: Cueva de Morgan, Cabeza de Morgan, etc. Habíamos convenido que era un breve repaso ¿no?
Bueno, echemos una ojeada a nuestra maravilla natural. Solo crucemos el Puente de los Enamorados que conecta a Providencia con Santa Catalina; marquemos los pasos en conteo pirata, y enfilemos hacia la mágica y solitaria playa de Fort Bay. Seguramente en un escenario tan tentador, Morgan y sus “barbados” amigos se echaron en la playa, panza arriba, para tostarse al sol, mientras el “jefazo” maquinaba, con la vista perdida en el precioso horizonte, cuál sería el mejor lugar para esconder sus tesoros acumulados tras tantas bellaquerías. Bueno, esa es por lo menos una conjetura de nuestra cosecha. Continuemos entonces, ya habrá tiempo para más deducciones deliciosas amparadas por la imaginación.
Luego de un merecido chapuzón en la pequeña Fort Bay nos internamos por el sendero del Capitán Morgan y constataremos que la cosa va en serio: entre enramadas y árboles frutales, viejos cañones descansan por allí como testigos mudos de una época agitada. Sin agotar el estado físico (ni nuestra esperanza de dar con la Cabeza antes de que se nos pase la hora del almuerzo) llegamos a tan ansiado destino. Y bueno, damas y caballeros, allí la tenemos…, la Cabeza de Morgan, una peculiaridad de la naturaleza que haciendo buen uso de herramientas como el viento, el oleaje y una paciencia infinita, ha cincelado la inconfundible forma de una cabeza humana.
Pero si requieres una nueva perspectiva para legalizar eso de que aquella roca es la Cabeza de Morgan, te tenemos el ángulo. Y ya no podrás decir que no es una cabeza. Desde las lanchas las cámaras se disparan una y otra vez, y es que este tipo de tour ofrece un encuadre que no tiene lado flaco: desde las aguas, por su realismo, la Cabeza de Morgan mete miedo. La leyenda está más viva que nunca.
Y qué hay de los tesoros. Habrás visto que por lo general, y según el folclor del mar, los piratas esconden sus fortunas en lugares que, para mayores señas, tienen formas características (islas con forma de cráneo y otras cosas parecidas). No podemos culpar entonces la imaginación de los lugareños al presumir que bajo la Cabeza de Morgan se encuentran sus incontables cofres repletos de joyas y monedas de oro. ¿Entonces te animas a bucear bajo la celosa presencia de Morgan?