Frente a las costas del este de la isla se haya el perfecto acicate para pasar horas de tranquilidad y diversión: la sola mención de su nombre puede hacer creer a quien lo oye (o en este caso, quien lo lee) de que se trata de uno de esos acuarios diseñados por el ingenio humano. Mas no es así.
Frente a las costas del este de la isla se haya el perfecto acicate para pasar horas de tranquilidad y diversión: la sola mención de su nombre puede hacer creer a quien lo oye (o en este caso, quien lo lee) de que se trata de uno de esos acuarios diseñados por el ingenio humano. Mas no es así.
Ribeteado de una majestuosa barrera de coral, este cayo coralino o islote rocoso —en cualquier caso que se le pueda nominar y categorizar— es uno de los puntos más bellos de la isla. Confluyen allí los mejores tintes del inolvidable Caribe, con una biota marina que se place en danzas sin importar que los bañistas los contemplen muy de cerca, bajo la superficie de este paradisiaco manto azulado.
Los incorregibles amantes de las profundidades saben que en El Acuario se encuentra el escenario perfecto para el snorkel, acuden allí con todo dispuesto para placer los sentidos en un reino submarino que destella mil colores. Aquellos otros amantes, los que se regocijan con la contemplación de los grandes cuadros naturales, tendrán una franja dorada para deambular tranquilamente en tanto se superponen dos obras de la naturaleza de imposible belleza: el mar Caribe y una bóveda celestial de un azul impecable. Y los bañistas, pues bien, los bañistas tienen uno de los mejores mares del mundo a su entera disposición.
Nadar con peces y mantarrayas se convierte en una experiencia única en su tipo, máxime cuando los bañistas tienen el privilegio de alimentar estas particulares e inofensivas especies en compañía de los seres queridos sin temor al fuerte oleaje. Por si no fuera suficiente y para lo más exigentes, muy cerca de El Acuario se encuentra otra maravilla de innegable majestuosidad: Haynes Cay.
Flotando bajo el hermoso cielo de verano sanandresano, Haynes Cay se avisa al vaivén de sus estrechas palmeras que adornan el cayo y brindan fresca sombra a los visitantes.
Parece una ilusión de un maravilloso día de estío: pero Haynes Cay es real. Ambos cayos muy cercanos entre ellos (poco menos de unos cientos de metros), pueden ser reconocidos en una caminata, con el agua a la altura de las rodillas, sobre la superficie coralina que los une en fraternal alianza (recomendado el calzado especial para dicha actividad).